Julio 08, 2016

El renacer del estilo de Pierre Paulin

Fuente: The Wall Street Journal

En 1992, a los 66 años, Pierre Paulin se retiró a la casa de campo que construyó en una colina en la región de las Cevenas, en el sur de Francia. Desde este punto ventoso, en un día claro, se puede llegar a distinguir el tenue brillo del mar Mediterráneo, a casi 50 kilómetros, aunque nada de su calidez playera llega hasta aquí. Esto es parte de la tierra más hostil de Francia: “roca, nada más que roca y afilado esquisto”, según la descripción del historiador del siglo XIX Jules Michelet. Y es por eso que lo escogió el diseñador de muebles francés: un lugar de pedernal para una persona empedernida.

Cuando se mudó aquí desde París, Paulin había sido expulsado hacía poco de la empresa de diseño industrial que él y su esposa, Maïa, fundaron a mediados de los años 70 y vendieron en 1992 al que hoy es Havas Worlwide, el gigante francés de publicidad. Fue un final devastador para una ilustre carrera, y él estaba amargado por ello. Pasó el resto de su vida aislado aquí, hasta su muerte en 2009, a los 81 años. Con sus días de gloria ya pasados, continuó diseñando en su mesa de dibujo, colocada en la sala y con vista a las escabrosas cimas de las Cevenas.

Desde fuera, la casa con techo inclinado que Paulin nombró La Calmette se parece a muchas de las casas vecinas, pero su estilo no es lo que Paulin tenía originalmente en mente. Su plan inicial era excavar directamente en las rocas, y elaboró planes para una vivienda subterránea fantástica. Las autoridades locales, que no compartían su fantasiosa visión, rechazaron el plan e insistieron en que Paulin construyera algo más acorde con el casto lenguaje de las Cevenas.


Pierre Paulin

En el interior, las insolentes piezas tempranas en colores brillantes de Paulin —sus sillas Mushroom y Globe, de 1959, Tongue, de 1963, y Ribbon, de 1966— están dispuestas alrededor de las principales áreas de estar. También se encuentran bellos prototipos de piezas que nunca llegó a comercializar en vida, como la mesa Cathedral, de 1981, llamada así porque la forma de la base evoca lo que parecen arcos de catedral entrecruzados. Paulin consideró esta última su obra maestra. En la bergerie, la vieja cabaña de piedra incluida en la propiedad, reposa el modelo Déclive, de 1966, una especie de chaise longue para cinco personas hecha de costillas de aluminio ajustables y tapizadas en rojo brillante que da la impresión de una fluida alfombra mágica suspendida en vuelo.

El encanto de La Calmette proviene de su posición en su sitio dramáticamente barrido por el viento y la interacción de los diseños lúdicos de Paulin con su entorno sobrio. “El mobiliario está en conflicto directo con las duras piedras grises, y ahí es donde se percibe la dualidad de mi padre:? su austeridad emocional por un lado, y la sensualidad y generosidad de su obra”, dice su hijo Benjamin Paulin, de 37 años.

Un rigor oculto subyace a todo en La Calmette, incluso en aquellos elementos que parecen los menos elaborados. Las grandes rocas dispersas en el césped parecen depositadas directamente por el glaciar, pero Paulin se aseguró de posicionar cada una de ellas con precisión japonesa.

La Calmette se encuentra aproximadamente a una hora en auto al noroeste de Nimes, en un camino donde los últimos kilómetros de estrechas curvas en zigzag ocupan una buena parte del viaje. Desde este lugar remoto, Maïa, de 74 años, y Benjamin Paulin están escribiendo el siguiente capítulo de la obra de Pierre Paulin. Poco antes de la muerte del diseñador, Maïa y Benjamin crearon una empresa familiar llamada Paulin, Paulin, Paulin. La idea surgió del deseo de Pierre en sus últimos años de ver producidos algunos de sus diseños no ejecutados, pero se ha convertido en algo más grande, una misión para alcanzar el mayor reconocimiento que el artista anhelaba pero que no pudo decidirse a seguir. De hecho, incluso se podría decir que él mismo lo impidió. “Pierre nunca fue el mejor promotor de sí mismo”, explica Benjamin. “Sólo se creó problemas”.

Librados de la “modestia altiva” de Paulin, según las palabras de Maïa, la familia se abre camino en la promoción de su obra: demasiado tarde para él, pero no para su legado. En los últimos años, han firmado acuerdos con Artifort de Holanda (productora original de gran parte de las piezas más conocidas de Paulin), Ligne Roset de Francia y La Cividina de Italia para relanzar más de 40 de sus piezas. Los Paulin también han contratado a algunos de los artesanos franceses e italianos que originalmente trabajaron con Paulin para producir los prototipos de sus diseños que habían quedado en la mesa de dibujo. Y han trabajado con algunos de los mayores admiradores de Paulin en el mundo de la moda, entre ellos el diseñador Azzedine Alaïa y el director creativo de Louis Vuitton, Nicolas Ghesquière, para colocar estos prototipos en boutiques y desfiles de moda.


Pierre Paulin



En 2014, Ghesquière sentó al público que asistió al desfile en un crucero de la colección 2015 de Louis Vuitton en filas serpenteantes de sofás Osaka que Paulin diseñó en 1967. Poco después, la casa de moda francesa se acercó a los Paulin con un proyecto más ambicioso: la fabricación de 16 prototipos de una colección nunca ejecutada que Paulin concibió para Herman Miller a principios de los años 70. Louis Vuitton terminó convirtiendo esas piezas en el punto central de su puesto en la feria Art Basel Miami Beach de 2014. El arquitecto Daniel Libeskind, que deambulaba por la feria, se detuvo en seco al toparse con el bulboso sofá Ensemble morado.

“Era del tamaño de un auto grande, pero oh, era tan hermoso”, recuerda Libeskind. “Lo compré inmediatamente. Para trasladarlo a mi apartamento, tuvieron que cerrar la calle e izarlo a través de la ventana con una grúa. Ahí mismo me deshice de todos mis Corbusier, todos mis Mies. Mi sala de estar está vacío ahora, con la excepción de este objeto increíblemente sensual. Creo que Paulin es más bien un arquitecto por la manera en que sus piezas dan forma al espacio”.

El galerista Emmanuel Perrotin también visitó el puesto de Vuitton, invitado por los Paulin. Así comenzó una relación que dio lugar el año pasado a Paulin, Paulin, Paulin, una exposición de muebles de edición limitada en la galería parisina de Perrotin. Entre esos muebles figuraban algunas de las piezas de Vuitton que habían existido sólo como dibujos o prototipos. “Todo el mundo conoce las piezas icónicas de Paulin de los años 60; son parte de nuestro inconsciente colectivo”, dice Perrotin. “Ahora la gente tiene ganas de descubrir los diseños menos conocidos, o los que nunca habían sido producidos y que de lo contrario no existirían”. La extraordinaria tumbona Déclive fue una de las piezas expuestas, al igual que la mesa Cathedral, junto con piezas de artistas como Tara Donovan, Jesús Rafael de Soto y Kaws. Las figuras humanas tipo maniquí de John de Andrea descansaban sobre la tapicería, y una fotografía de Candida Höfer mostraba las sillas de Paulin expuestas en el Louvre.

La nueva versión de la exposición, rebautizada Pierre Paulin, cuenta esta vez con videoarte de Xavier Veilhan, Jesper Just y otros, y estará en la galería neoyorquina de Perrotin hasta el 19 de agosto. Otra amplia retrospectiva del diseñador está actualmente expuesta en el Centro Pompidou de París hasta el 22 de agosto.

Maïa Wodzislawska-Paulin aún vive la mayor parte del tiempo en La Calmette. Benjamin y su esposa, la diseñadroa de moda Alice Lemoine, viajan con frecuencia de París. Los tres se reunieron recientemente alrededor de la mesa en la acogedora cocina, hablando sobre la historia familiar mientras degustaban un plato de rape asado. Maïa Wodzislawska trabajaba como agente de un diseñador cuando conoció a Pierre Paulin en 1969, y se ofreció a representarlo. Pierre le dijo que no, y cuatro años más tarde, le dijo que sí, primero profesionalmente, y después en lo sentimental. Benjamin, el más joven de los hijos de Paulin —el diseñador tuvo una hija y un hijo de su primer matrimonio— nació en 1978. Ha tenido una exitosa carrera como cantante (su último disco, Meilleur Espoir Masculin, debutó el 3 de junio), pero su enfoque principal hoy es la empresa familiar.

Paulin logró romper con la rígida tradición clásica que había atrapado a tantos diseñadores franceses en una especie de cepo dorado. Sus sillas y sofás eran sinuosos, esculturales, verdaderamente modernos. En 1959, cuando la mayoría de las sillas todavía parecían más o menos sillas, Paulin estiraba tela de traje de baño sobre una estructura de tubos de acero achatados y acolchados con gomaespuma Pirelli. ¡Guau! La silla Mushroom resultante parecía hecha a la medida para el personaje de la oruga que fumaba pipa en Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas.

La silla Ribbon siguió a la en 1966, y cuando la silla Tongue salió en 1967, fue un éxito instantáneo. El Museo de Arte Moderno de Nueva York se abalanzó sobre ella para añadirla a su colección permanente. Producidas en una rango de colores brillantes, esas sillas capturaron el espíritu de los 60. Exudaban diversión, incluso si eso no ocurría con su austero creador (Paulin también odiaba los apodos que sus formas orgánicas inspiraban. Para él, la silla Mushroom mantuvo siempre el nombre de F560).


Pierre Paulin



Independientemente de cómo se llame la silla, es un placer acurrucarse en ella. Paulin consideraba a los seres humanos como las piezas móviles finales de su mobiliario. Todo tenía que encajar perfectamente. Esta atención a la comodidad del cuerpo es una de las razones por las que sus diseños gustan tanto a muchos diseñadores de moda, no sólo a Alaïa y Ghesquière, sino también a Tom Ford y Christian Lacroix, que coleccionan los muebles de Paulin, así como Miuccia Prada, quien utilizó la alfombra Iéna de Paulin en un desfile de moda de Miu Miu de 2015. Sin embargo, cuando se trataba de la comodidad de su propio cuerpo, Paulin favorecía la mortificación. “Trabajaba de pie y escogía siempre la habitación más fría de la casa”, recuerda Maïa.

En 1969, el presidente Georges Pompidou decidió mostrar al mundo que Francia podía dominar el lenguaje del diseño moderno. Y siendo Francia, Pompidou convocó a la versión moderna del fabricante de muebles del rey, conocido como el Mobilier National, y así es como fue llamado Paulin, que ya había trabajado con ese organismo en planes para asientos de museo. En medio del rococó del Palacio del Elíseo, Paulin instaló tres ambientes deliciosamente extravagantes para los cuartos privados de Pompidou: una sala para fumadores, un pequeño salón y un comedor íntimo cuyo techo está revestido en particiones de plástico que parecen pétalos invertidos que evocan el interior de una flor gigante.

Después de esta labor, Paulin podría haber hecho maravillas para su carrera con unas pocas palabras susurradas al oído del presidente. “Con una simple llamada telefónica, una presentación a este o aquel ministro, podría haber conseguido rediseñar todas las embajadas francesas alrededor del mundo”, dice Maïa. “Pero para Pierre, ¡jamais!”.

Pierre Paulin heredó sus contradicciones abiertamente. Su padre era francés, su madre suizo-alemana, y una especie de guerra franco-prusiana hacía estragos en su interior. Las fuerzas prusianas eran lideradas por su formidable abuela materna, que infundió en Paulin su actitud impasible e insistió en que sólo le hablara en alemán. (Esta práctica terminó bruscamente un día de 1933, cuando su abuela anunció que “el pequeño Pierre ya no hablará alemán, porque Monsieur Hitler no es un caballero”. Sin embargo, en su corazón, decía él, siguió siendo un niño suizo-alemán).

El camino que Paulin escogió lo debe mucho a dos tíos a quienes admiraba enormemente. Al hermano de su padre Georges Paulin, dentista de profesión, se le ocurrió un ingenioso sistema para una capota de auto plegable. Lo vendió a Peugeot y dedicó el resto de su corta vida al diseño de elegantes descapotables. (Los alemanes lo descubrieron espiando para Francia en 1942 y lo fusilaron). Pierre Paulin amó siempre los autos. ¿Qué es una estructura de tubos de acero acolchada con espuma y cubierta con tejido elástico, en realidad, sino un asiento de auto?

Su tío abuelo Freddy Stoll fue un escultor, y esto es en lo que Paulin finalmente decidió convertirse. Después de la guerra, se dedicó a formarse en la cerámica y la talla de la piedra. El sueño terminó brutalmente cuando Paulin atravesó su brazo derecho por una ventana de vidrio, cortándose varios tendones. Después de eso, nunca pudo volver a usar su mano con soltura.

En 1950, Paulin se inscribió en la École Camondo, la prestigiosa escuela de diseño en París que abrió sus puertas cerca del final de la guerra. Sin embargo, la educación que Paulin obtuvo allí influyó menos sobre sus valores artísticos que sus primeros viajes a Escandinavia y en especial a Estados Unidos. Ahí es donde aprendió a valorar la utilidad sobre la floritura decorativa, para ver cómo el poder industrial podía extender el buen diseño a todo el mundo y apreciar cómo los avances en el estilo podían surgir desde una perspectiva ascendente, y no como en Francia, donde las pautas de estilo se imponían desde arriba.

“Los franceses siempre estuvieron estancados en su glorioso pasado y no tenían interés en la modernidad”, comentó Paulin a Geel en una serie de entrevistas de radio de 2006. “Cuando vi la producción del mundo estadounidense (de Herman Miller y Knoll), es decir, un mundo estadounidense-alemán, ¡me voló la cabeza!”.

Paulin idolatraba a Charles Eames, pero se sentía más cercano al gran George Nelson. Al igual que Nelson, Paulin se consideraba un “funcionalista”, pero él y Nelson añadían “dos pequeñas gotas de poesía” a su obra, mientras que Eames no, decía él. A pesar de eso, se negaba a llamarse un artista, “una palabra que ha sido degradada de la peor manera”. Él era un artesano, afirmaba con orgullo.

A comienzos de los 70, Paulin tuvo la oportunidad de una asociación de diseño con Herman Miller, que buscaba el próximo Eames y Nelson. Pasó tres años trabajando en un sistema modular completo para el hogar: plataformas bajas con asientos que emergían y desaparecían en paneles tipo origami, así como estantería modular que creaba nuevos ambientes dentro de las habitaciones.

El proyecto no estaba destinado a progresar. Herman Miller estaba girando hacia el mobiliario de oficina en sus diseños y se negó a hacer la enorme inversión que requería la producción del sistema de Paulin. Fue un duro golpe. Todo lo que quedó fueron los diminutos modelos a escala en los cuales Paulin había trabajado tanto tiempo. (Las maquetas están ahora en la colección permanente del Centro Pompidou). Así que fue motivo de celebración cuando Louis Vuitton, en colaboración con Paulin, Paulin, Paulin, finalmente puso estos diseños en producción. Dotada de vida, la plataforma emergente, que forma parte de la exposición de Perrotin, parece el juguete de un niño grandote, en el mejor sentido de la palabra. Cualquier persona con una chispa de jovialidad difícilmente podría resistirse a ella.

Más tarde en su carrera, Paulin se volcó de nuevo a diseñar muebles artesanales hechos de maderas raras, justo el tipo de cosa de la que había huido al inicio de su carrera. El presidente François Mitterrand incluso encargó varias piezas de Paulin para su oficina. Sin embargo, en general se dedicó cada vez más al diseño industrial a través de la empresa que fundó con Maïa. Pero es poco probable que el mundo lo recuerde por las ollas para fondue, las planchas de vapor y las máquinas de afeitar que salieron de su pluma.

A lo largo de su vida juntos, Maïa hizo todo lo posible para empujar a su marido, pero él rara vez cedió. No tenía el estómago ni para la ruidosa agresividad al estilo estadounidense, ni para el politiqueo astuto de los franceses. Al fin, optó por lo que Maïa Paulin llama su “escape a las Cevenas”. La Calmette se convirtió en el refugio de Paulin ante el embate del mundo exterior. Es alentador verla ahora, transformada por su viuda e hijo en un trampolín para rescatar su reputación. Dicho en las palabras de Maïa: “Pierre era el rey de los insoportables, pero era fabuloso”.•